jueves, 30 de mayo de 2024

RECUERDO DE TENERIFE

 En estos días montamos el documental “Soledad e indigencia”, mi primera experiencia como director de cine. Es decir, yo selecciono las imágenes y le sugiero al montador cómo tiene que editarlas. Mientras lo hace, vuelvo a nuestras cintas, a aquellas de 1989. Hace treinta y cinco años.

 

Nada me gusta más que trabajar, como un artesano, para ti.  Yo estoy solo, sin equipo en esta tarea. No podría hacerlo nadie más. Disfruto buscando las canciones, los enfoques, el ritmo de las imágenes, acompasado con la música. Tengo unas herramientas básicas, limitadas, así que todo lo consigo a base de paciencia. Soy como un escultor que esculpe amorosamente tu imagen, tu escultura. Y, tal vez, la mía. Mi mirada sobre ti.

 

Todo se convierte, eso espero, en arte. En literatura, en imagen. Así trabajo yo también mis textos, letra a letra, buscando cada palabra, hasta cien mil que tiene una novela, como una abeja va construyendo sus celdillas en las que vivirá para siempre.

 

Disfruto reviviendo lo que fuimos. Cuando aparecen los hijos, todo lo anterior queda arrumbado en el baúl de los recuerdos, nunca mejor dicho. Por ello, en esta etapa que vivimos ahora, es el momento de recordar lo que fuimos. A mí me enriquece sobremanera verte, vernos, aunque yo no salga, hay imágenes que quedan para nosotros y, además, me gusta, como digo, cincelarte, reconstruirte de nuevo. Así lo hago yo también. Y nuestro amor, por supuesto.

 

Como viaje de bodas, buscamos una primera parte en un sitio tranquilo, de temperatura agradable, en España, para estar absolutamente despreocupados. Acabamos en Canarias, como casi todos los novios de entonces, aunque no en la playa, nunca hemos sido, ni tú ni yo, muy playeros. Sino en el norte, en el Puerto de la Cruz, que tiene un paisaje verde, casi como el de Galicia. En un hotel original, colgado de los acantilados, entrábamos en él por la azotea, con una vista sobre el mar maravillosa.

 

Fuimos sin programa. El programa éramos nosotros. Aunque sí recuerdo que hicimos un par de excursiones: una al Teide, esa montaña impresionante, por encima de las nubes, y otra, en barco, a la isla de la Gomera, que es toda ella la caldera de un volcán, la caldera de Garajonay. Recuerdo su interior, lleno de vegetación, envuelto en una niebla misteriosa y densa. Veo las fotos y cómo te abrazabas a mí sobrecogida por el paisaje.

 

No subimos a la cima del Teide. Me dijiste que te daba miedo el teleférico, que lo hiciera yo. Cuando iba a ponerme en la cola, sin muchas ganas la verdad, me agarraste del brazo: “Quédate conmigo, a ver si te va a pasar algo”.  Ese cuidado, esa protección, ese sentir de que ya no estás solo, sino en pareja, no me ha abandonado desde entonces. 

 

 

Comimos con el grupo, todos novios. Miro las fotos. No veo un grupo, sino solo docenas de parejas. Abrazadas. Muy juntitas. Estrenando su vida juntos, como se hacía entonces, en la luna de miel.

 

Abro el archivo de nuestra cinta. Es solo la mitad de ella. La primera parte la ocupa la boda de un amigo y primo mío. Salíamos de novios con ellos. Veo a mis padres, a mis tíos, y a otros muchos, que ya no están. Sin embargo, miro nuestras imágenes y veo que nada ha cambiado. Son solamente unos planos tuyos, en el Teide y en nuestra habitación, junto al mar. Minuto y medio que recoge toda la esencia de ti: tu sonrisa y tu alegría.

 

He escrito sobre ellas. Para el público y también para ti. Pongo aquí, casi de memoria, algunos versos:

 

Yo me cuelgo de tu sonrisa / que es como una luna / que se columpia en el firmamento / luminosa, / eterna y, / sobre todo, / indefensa.

 

Porque tu sonrisa / no tiene barreras, / ni escudos, / ni empalizadas. 

 

Solo es una invitación continua / a que me adentre / en tu corazón.

 

 

 

Tu alegría.

 

Me conquista tu alegría, / cómo chispean tus ojos / cuando nos miramos.

 

Esa luz que traspasa / mis pupilas / al verte / y me llena / de una dicha tan grande / como un día de sol.

 

Tu alegría es cálida / estimulante. / Igual que tu sonrisa / que es como una mañana de domingo / que nunca se termina.

 

Me enamoro cuando hablas, / sin parar, / como trinan los pájaros, plenos de alegría en primavera / de las cosas que pasan / en el mundo / o / a ti y a mí.

 

Tu alegría me enchufa / al lado bueno / de la vida, / ella es la corriente / que ilumina mis días / y dora / de luz / las inciertas esquinas / de la calle.

 

Sí, me conquista / tu alegría / esa suerte de tenerla / a mi lado.

 

Sé que es / un regalo / de oro / del dios / de la vida.

 

 

Sí, pienso, mientras edito, lo mejor que sé, las imágenes de nuestra historia, que tu sonrisa quiere decir: “me gusta, quiero, agradarte”. Y que tu alegría significa: “si me tratas bien, te daré ese tesoro que yo solo tengo, mi íntima alegría”.

 

Y pienso también en la cara oculta de tu luna, que tan bien conozco, y que me gusta, y me atrae, tanto como la lucida. Esos días vulnerables, necesitados, pesimistas, que solo son el necesario reverso a tu alegría. Esos días donde se necesita mucha paciencia, mucho temple, para llevarte otra vez a la cumbre donde habitas. Los conozco bien, mi madre era también así. “Cada día me doy más cuenta de lo que me parezco a tu madre, yo diría que en un noventa por cien, por lo menos”. A lo mejor sois así todas las mujeres.  

 

Tenerife, Tenerife… Hoy me llenan por dentro estos recuerdos. Me reconforta tu sonrisa. Tu alegría. El poderlas vivir a tu lado. Como entonces, cuando éramos tan jóvenes y apostábamos por conseguir lo que hoy tenemos y que no quiero perder nunca. ¡Siempre contigo!

 

https://www.youtube.com/watch?v=u0LyxzV8TOA