miércoles, 5 de junio de 2024

RECUERDO DE ITALIA

 


 

Veo la cinta de aquel tour por Italia, la segunda parte de nuestro viaje de luna de miel, y no dejo de pensar en que fue un viaje especial e irrepetible. Vamos, a pocos novios les habrá surgido uno así.

 

Recibimos una llamada de la agencia en nuestro hotel de Canarias. Nos venían a decir que el viaje que habíamos contratado, un tour selecto de dos semanas por toda Italia, con buenos hoteles, excursiones interesantes y mucho tiempo libre no iba a salir. Que si nos importaba cambiarlo por otro por Suiza y Austria, también de dos semanas y, en sus palabras, todavía mejor que el de Italia.

 

Nosotros, a más de dos mil kilómetros de distancia, qué íbamos a decir, crucé una mirada contigo y aceptamos, faltaban dos o tres días para nuestro regreso a Madrid, el viaje saldría cuarenta y ocho horas más tarde.

 

El último día nos volvió a llamar la agencia. El viaje a Italia era un viaje con salida garantizada y otra pareja de recién casados, el hombre era un gran experto en la historia y el arte italianos y no aceptaba no poder explicárselos a su mujer, exigía que se realizase. Nos ofrecían todos los servicios del viaje organizado solo para nosotros cuatro, los únicos que, al final, nos habíamos apuntado. Nos miramos de nuevo y, como lo único que queríamos era seguir viajando juntos los dos, nos daba igual dónde y cómo, les dimos el sí.

 

Así que fuimos con un guía acompañándonos desde Madrid y a este se añadía otro, el de la ciudad que visitábamos y, a veces, un tercero, especialista en lo que íbamos a ver. La monda.

 

En vez de autobús, cuando arribamos a Milán el guía alquiló un Mercedes espacioso y en él nos recorrimos toda Italia: Milán, Verona, Padua, Venecia, Módena, Parma,  Génova, Pisa, Florencia, Rávena, Siena, Roma, El Vaticano, San Marino, la isla de Capri y Nápoles. En la cinta veo que solo aparecen: Venecia, San Marino, Florencia, El Vaticano, Roma y la Isla de Capri.

 

Al principio, en nuestro tiempo libre, cada pareja de novios quería disfrutarlo a solas, pero, tras unos cinco o seis días acabamos compartiéndolo todo. Incluso acabamos añadiendo al guía a nuestras comidas y cenas, nos daba pena verlo comer solo y marginado lejos de nosotros.

 

Te recuerdo, bellísima y abrazada a mí, para mitigar el viento y la humedad, cuando cogíamos los vaporettos de noche, esos autobuses flotantes de Venecia. Y el aleteo de las palomas que se nos acercaban en la Plaza de San Marcos.

 

San Marino es un rincón entrañable situado en las faldas y en la cumbre del Monte Titanio. Allí pernoctamos en el Grand Hotel, nuestra habitación tenía una vista espectacular sobre la cadena de montañas verdes que lo rodean, la recuerdo como la más hermosa que yo había contemplado nunca, tal vez era solo la gran dicha que sentía por dentro. Me hiciste una foto en la cumbre del Titanio, que es la que más le gusta de las mías a nuestra hija y que conserva en un cuadro grande en su cuarto. Por algo será.





 

Allí te grabé, en la terraza de nuestra habitación, rebosando esa alegría que tienes, y que a mí me encanta. Llevabas el pelo medio rizado que te hacía más niña. Aunque a ti no te gustaba. El pelo rizado, con un rizo pequeño y ensortijado, casi africano, es uno de tus secretos para las personas que no te conocen desde pequeña. Yo mismo no pude vértelo al natural hasta pasados una docena de años de casados, o más. Te lo dejaste una vez porque te insistí muchísimo. Te dije, al verte por fin con él, que me encantaba. Pareció que te quedabas tranquila, pero, al día siguiente, te oí con el secador en el baño y apareciste con la melena lisa, como siempre. Sin embargo, no pudiste evitar traspasar tus rizos a nuestros hijos, que tienen el pelo igual que tú, aunque tú no nos lo muestres nunca.

 

Eres la mujer menos presumida que he conocido, y eso que tendrías muchos motivos para serlo. Te gusta, en cambio, ser sencilla, austera, cercana y cariñosa. Pero ser coqueta es otra cosa. Y el pelo es para ti muy importante. Tampoco te ponías por aquella época pantalones. Y muy pocas veces ropa demasiado informal. “Me gusta ir femenina y bien vestida”, me decías.

 

Te veo en la cinta llena de vivacidad, de esa expresividad y alegría que tienes que me enamora. Incrementadas por la velocidad que llevaba el viejo tomavistas en aquel viaje. Tenía el pobre una palanquita para seleccionar los fotogramas por segundo y, quizás, al sacarlo alguna vez de su funda, se movió y el resultado fue ese meneete que tenemos en algunas escenas y que añade unas gotas de humor divertidas al recuerdo de aquellos días.

 

Florencia nos emocionó, como la joya única que es, recuerdo nuestros paseos por sus callejas haciéndonos fotos y, en Roma, nos sorprendió la grandiosidad del Vaticano, de la plaza y de la catedral de San Pedro. Subimos a la cúpula de ésta desde donde hay unas vistas de Roma espectaculares.

 

Tuvimos la suerte de poder asistir a una misa del Papa, Juan Pablo II oficiaba entonces, con el ceremonial de las grandes ocasiones. Ahora me acuerdo que solicitamos la Bendición Apostólica del Pontífice y que nos la remitieron, no sé si con la firma del Papa o de su Secretario, pasadas unas semanas. Pero, como tantas otras cosas, vete tú a saber dónde estará. En casa no tiramos nada. Primero llenamos los armarios, luego, las cosas de uso menos frecuente acaban en el trastero. En éste solemos hacer sitio a las nuevas, trasladando las anteriores al trastero de la casa de Sace. Mejor dicho, a los trasteros: tenemos tres, cada uno más trastero que el anterior. El último es un habitáculo enorme en un inmueble auxiliar. Aquello parece Alepo.

 

Así que, generalmente, no encontramos las cosas, sino que nos encuentran ellas a nosotros, como ocurrió con estas cintas.

 

En la Isla de Capri, cerca de Nápoles, nos sacamos la espina de no subir al Teide. Nos echamos la manta a la cabeza y, acompañados por nuestra pareja de amigos, descendimos del barco en el que íbamos a una chalupa no más grande que una barca de remos. Fue una gran aventura.

 

Para empezar, tuvimos que bajar, en mar abierto, desde el barco a la chalupa, donde nos esperaba el guía, por una escalera de cuerda.  Hasta llegar a la Cueva de los Azules navegamos, es un decir, en aquella palangana, que se balanceaba como si estuviera ebria. Y, al llegar a la entrada de la cueva, mejor sería decir la caverna, nos explicó el guía que estaba muy alta la marea y que nos tendríamos que tumbar unos sobre otros, para poder pasar por el estrecho agujero de acceso. Vimos atada una pequeña barca a la entrada y el guía nos explicó que era un aviso para que no entráramos todavía, dado que la cueva era muy pequeña, salía un barquita y entraba otra.  Yo recuerdo que grabé los alrededores, como si me estuviera despidiendo del mundo y diera pistas a éste de dónde nos encontrábamos.

 

El interior de la cueva de los Azules, o Gruta Azul, lo compensó todo. Entraba una luz desde las profundidades que atravesaba las aguas y se reflejaba en el techo. Aquel pequeño reducto se convertía en algo mágico, que nos envolvía, que nos hacía a nosotros mágicos también. Dotando a aquel amor, que estrenaba vida juntos, de un colorido, de una ilusión, que nosotros, en nuestro interior, nos jurábamos que siempre se mantendría.

 

Cuando regresábamos te dije, ya en al aeropuerto, “qué pena que se termine este viaje, ¿verdad?”. “Pues yo ya tengo ganas de que empiece el nuestro, el de verdad, en nuestra casa, que hemos amueblado con tanto cariño, ¿no crees?”.

 

Y ese viaje nos ha traído, treinta y cinco años más tarde, hasta aquí. 

 

Cuando digitalizamos estas cintas, te pregunté: “qué jóvenes éramos y qué ilusionados nos mostrábamos, ¿te gustaba más aquella época?”. “No, nuestro amor ahora es mucho más consolidado, y ha dado sus frutos. Aquella época la llevamos también con nosotros, aunque no la recordáramos. Pero nos ha traído hasta aquí”.

 

Sí, pienso yo ahora, mientras edito nuestros recuerdos en Italia y los ilumino con una música alegre, como eres tú: somos lo que un día fuimos, somos el camino que hemos andado. Y el presente fugaz.  Somos también nuestras ilusiones, nuestros deseos del tiempo que vendrá. Nada me gustaría más que nuestro camino juntos fuera largo y, sobre todo, en lo que se puede en este mundo, inmensamente feliz.

 

Recuerdo de Italia 35 aniv.: el amor estaba en el aire que respirábamos, en cualquier cosa que tocábamos, en ti y en mí... Ahora, gracias a Dios, todavía sigue muy presente en nuestra vida . https://youtu.be/PKm-j0Wf0sQ