martes, 2 de abril de 2024

LEYENDAS

 






LEYENDAS

 

El Domingo de Ramos al hijo del escritor le regalaron dos entradas para conocer el nuevo estadio Santiago Bernabéu. E invitó a su padre a acompañarlo. La verdad es que al escritor le impone esta obra pionera y vanguardista que acaba de finalizar, pendiente de unos mínimos detalles superficiales.

 

Pero, por lo que más recordará el escritor esta visita, será por el partido de fútbol que vieron. Un equipo de las más gloriosas leyendas del Real Madrid contra otro similar del Oporto de Portugal. Él calcula, a ojo de buen cubero, que la edad media debía estar en la cincuentena, y más cerca del final que del principio. 

 

Le resultó enternecedor ver a los Zidane, Figo, Raúl, Butragueño, Roberto Carlos… y tantos otros, correr como podían tras el balón. O dejárselo atrás y perderlo como un colegial de patio. Sufrir calambres y esguinces a las primeras de cambio, el bueno de Roberto Carlos, uno de los mejores y más fuertes defensas del mundo hace unos años, se tuvo que retirar por un calambre, ¡en el minuto 7! Sí, le resultó enternecedor ver a aquellas leyendas, todo habilidad, elasticidad y belleza, mostrando en toda su desnudez las cicatrices del tiempo ante los cien mil espectadores que los miraban ¡y los admiraban!, todavía, atónitos con la imagen de lo que veían golpeando duramente a la que conservaban en el almacén de sus recuerdos. Tal vez como cuando se encontró a aquella antigua novia a la que no veía desde la adolescencia. Aquella belleza huyó, pero todavía quedaba la ternura y el encanto de seguir compartiendo buenos momentos.

 

Agradeció la humildad de aquellas estrellas futbolísticas, mostrando al desnudo sus ya escasas luces, como un ejercicio de honrar la vejez, el paso del tiempo que nos va acartonando y reduciendo a todos, pero que nos hace más humanos, más clarividentes y solidarios, ya que portamos con nosotros no solo ese momento de luz de la juventud, sino todo un catálogo de claroscuros que han conformado nuestro devenir y del que tanto pueden aprender los que nos siguen.

 

Por si al escritor no le habían quedado claras estas básicas nociones vitales, el destino se las recordó unos días más tarde, pero en propia carne. Porque, quizás el destino sabía que el escritor es muy testarudo y a veces le resulta difícil aprender en cabeza ajena.

 

Llevaba ya como veinte días arrastrando un catarro que no acababa de desechar. El escritor, que se educó durante seis años en Sigüenza, uno de los pueblos más fríos de España, ¿quién dice uno?, el que más, sin duda, siempre había presumido de que esas menudencias de catarros no iban con él, un hombre que siempre sale ligerito de ropa a la calle, no usa bufanda desde antes de la guerra y hace caso omiso a los consejos de su mujer, que ya lo ha dado por caso perdido desde hace tiempo. Pues bien, harto de toser y de sonarse los mocos, y tras pegárselo a su esposa, dos que duermen en el mismo colchón acaban haciéndose de la misma condición, tuvo que aceptar la recomendación de esta de acercarse ambos a la Clínica Universidad de Navarra a que les echaran un vistazo y les recetaran algún antibiótico para acortar el suplicio. El primer tortazo lo recibió el escritor, cuando tras recibir los resultados de la radiografía, el médico le indicó que debía quedar internado ya mismo, que tenía una neumonía importante. “¿Y mi mujer?”, buscó amparo extendiendo sus debilidades a terceros. “No, ella está bien. Bueno, lo suyo se soluciona con unos antibióticos”, le contestó con una sonrisa compasiva el galeno. “Pues denme a mí los mismos”, le rebotó de inmediato el escritor. “No, a usted se los debemos poner en vena. Su cuerpo está mucho más dañado y con menor capacidad de recuperación”. Su mujer empezó a mirar por la ventana, seguro que recordando todos sus avisos y recomendaciones previas, para evitar tener que decirle: “¿Los ves, lo ves? Si es que no haces caso a nada”.  Y él se lo agradeció. Bastante tenía ya con escuchar al médico.

     Así que su mujer y él han pasado tres días con sus noches como una pareja de tortolitos en una habitación de la CUN, en plena Semana Santa, tosiendo a pares, bebiendo líquidos como los bereberes en el desierto y viendo la televisión más que en una residencia de ancianos. Bueno, y el escritor, además, recibiendo pinchazos por doquier, tiene unas venas especiales, su mujer le consuela diciendo que todo en él es muy especial, muy fuertes y duras según le dicen los enfermeros, pero que se mueven y resbalan haciendo casi imposible cualquier intento de extracción de sangre.

    Por fin hoy le acaban de dar el alta, no sin un último momento de suspense, otro golpe bajo a su antaña autoestima de hombretón de pueblo sano y fuerte. En el último reconocimiento el doctor ha escuchado algo raro en su corazón y le ha mandado ipso facto a hacerse un ecocardiograma. El escritor no ve el momento de huir de allí, eso que le tratan con una amabilidad extraordinaria y le dan de comer casi como en un restaurante Michelín, algún día contará la suerte que tuvo de entrar en esta familia de la CUN un hombre de pueblo como él.

     Pues bien, el ecógrafo se alarga y se alarga en sus observaciones: “respire, no respire, aguante un poco más…”. Cuando por fin termina, el escritor suspira aliviado. Pero este ecógrafo es contumaz y persistente como pocos: “espere un momento voy a hablar con mi jefe”. El escritor se teme lo peor.  Aparece el jefe y se sienta a su lado, el ecógrafo le va indicando por dónde debe pasar el escáner con el gel, para ver lo que él ha visto. El escritor, ni respira. Los oye bisbisear. El jefe: “bueno, bueno, no es para tanto”. El escritor salta: “desde aquí se oye todo”. El jefe se echa una carcajada: “no se preocupe, no le podemos decir nada, eso, el médico”. El escritor se empieza a acojonar, borra eso, se dice, no es de buen estilo, se empieza a asustar: “hablen con mi cardiólogo, el doctor X, él conoce bien mi corazón”, casi les suplica. “Sí, no se preocupe, ya es cosa nuestra”.

     Al escritor lo sube un bedel a la habitación en silla de ruedas, como si fuera un enfermo terminal y, previamente, le había dicho: “¿puede vestirse solo?”. El escritor lo mira de tal forma que el chaval acaba contestando: “Es el protocolo, señor”. Así que llega a la habitación cabizbajo. Su mujer lo recibe, sin embargo, contenta: “Me he puesto un anillo en un dedo que no era. ¡Sorpresa! ¡Y positiva! Así que no te preocupes. ¡Nos vamos!”. Ese protocolo, mejor diríase esa intuición femenina, sí que el escritor, que debe sentirse especialmente torpe en este tema, no llega a comprenderlo lo más mínimo ¡Ni por asomo! 

     El médico se hace esperar, tanto que el escritor recibe una llamada, ya bien entrada la mañana, del productor de Tus Ojos, que, claro, no tiene idea, de dónde se encuentra.  “Hemos tenido un problema con la guionista y directora de la película de este año. Hemos roto relaciones con ella. ¿Tendrías tiempo de ayudarnos con un nuevo guion? Es una película sobre mujeres, pero de edad, en la menopausia y más allá”. Al escritor, hoy,  todo lo que le venga de esa época de cuando dejamos de ser leyenda y entramos en la vejez le enternece y, aunque no lo contemplaba este año en su agenda, acaba accediendo. Cuelga y su mujer le dice: “Pero, ¿no estabas como loco por salir de aquí, porque tenías que empezar tu nueva novela de El Sauce Curvo?  A veces no te entiendo nada”. El escritor le sonríe, se acerca y le da un beso. Está claro que las féminas tampoco comprenden siempre las intuiciones masculinas. “Mi novela puede esperar, le dice. Pero poco tiempo, eh?”. 

     Sí, ha sido una semana aleccionadora. Porque él es todavía inclusive mayor que los Zidane, Figo, Roberto Carlos , etc., y ha aprendido que, por lo menos, se tiene que poner la bufanda cuando salga a la calle en los días fríos. ¡Ya no es lo que era! ¡Ni siquiera en  aquellos aspectos dónde más brillaba su fortaleza!

    Se encuentra feliz. Muy feliz. Solo con recuperar su normalidad. A veces no se necesita nada más que recuperar lo que una vez se tuvo y se perdió. O saber aceptar que hay cosas que ya no volverán nunca, que no se recuperarán nunca. Eso es envejecer. A él se lo han explicado Zidane. Y Figo. Y Roberto Carlos. Y el bedel de la CUN.

   Cogen el coche que lleva aparcado tres días frente a la clínica y su mujer le pisa. Quieren llegar antes a casa que su hijo, al que no han dicho nada, que regresa, ignorante y feliz, de sus vacaciones en Marruecos. Ellos también se sienten como si hubieran pasado un fin de semana largo en un motelito alejado del mundanal ruido. Viviendo y aprendiendo a vivir. Una Semana Santa especial.



En el pequeño escritorio de la habitación de la CUN, ¡unos momentos antes de escapar!


Para el proyecto : ENVEJECER / REGRESO AL SAUCE CURVO.

 


Aprovecha para leer LEJOS DEL SAUCE CURVO, una novela homenaje a nuestra generación.