domingo, 28 de abril de 2024

MARRONES Y VIAJES.

 




El escritor, sin comerlo ni beberlo, se halla inmerso en mil marrones que lo rodean por doquier. Su declaración de la renta y de varios miembros de su familia que le piden auxilio, y, sobre todo, la productora Tus Ojos que lo tiene inmerso en el guión de la película de este año que, emulando a la mítica, Tú a Londres, yo a California, se llamará, más modestamente: Tú a Zaragoza, yo a Cascante, haciendo un guiño a las dos regiones  que la subvencionarán. Es una película con una historia muy original, el escritor no descarta llevarla a una próxima novela, que versa sobre la soledad. Esa carencia tan de nuestro tiempo.

Pues bien, si ya el escritor estaba frustrado porque ha tenido que aparcar su novela Regreso al Sauce Curvo, al menos hasta primeros de junio, ahora le pide la productora que si puede echarles una mano con un documental sobre la soledad y la indigencia, precisamente, que acompañará al largometraje. Como el escritor les tuerce el gesto, le aplican la medicina más adecuada en estos casos, es decir, acariciarle el ego. Le ofrecen ser el director del documental. Claro, con la bajada de defensas que le produce este caramelo, aprovechan desde la productora para cerrar el acuerdo. Así que aquí me veo enmarronado hasta las trancas, buscando una salida a mis penurias.

La cual encuentro, como tantas otras veces, soñando con mis próximos viajes: quiero fugarme  unos días a Altea con mi musa,  para reponer fuerzas y acometer el documental, ya tengo solicitadas muchas entrevistas, y el lunes acompañaremos una entrega de bocadillos a indigentes en el centro de Madrid.

A Tus Ojos le he prometido dedicación hasta el 1 de junio. A partir de ahí cambio el chip y me dedicaré a mi novela, con la ilusión de un viaje en junio a Manilva/Sotogrande, necesito ir al Sur todos los años, a un apartamento con unas vistas preciosas sobre el Estrecho y África. Fue nuestra vivienda de vacaciones durante varios años y, ahora, que lo gestiona un hotel, nos sigue reclamando con su luz espectacular y sus recuerdos.

Desde primeros de junio hasta finales de julio, atacaré  a  mi novela Regreso al Sauce Curvo antes de irme con mi familia a un viaje todo ilusión que hemos preparado entre todos, allende los mares. El treinta y cinco aniversario, las bodas de coral que dicen, hay que celebrarlo.

Los viajes, los viajes... Yo he escrito mucho sobre ellos. Rescato este post para la ocasión, con fotos de la subida al faro de El Albir y  de uno de los primeros viajes internacionales con la familia,  fuimos pioneros en aquellos primero cruceros que eran una delicia para ir con niños. Hicimos cuatro casi seguidos. Este fue el segundo, que discurría por Venecia, Croacia y las islas griegas y que, a la postre, me serviría de inspiración para alguno de los capítulos de El día que fuimos dioses, ambientado en esas latitudes.




§

VIAJES

Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.

Miras por la ventanilla. Y encuentras el mundo al revés: con el cielo a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.

Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...

Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.

Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.

Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.

Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando, con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.

Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo. La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina. Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...

§